Alimentación

La compra de un producto o de otro no es un acto vacío de contenido, sino que lleva implícitas repercusiones de muy diversos tipos. Cada vez que compramos un alimento debemos reflexionar sobre estas cuestiones y tratar de consumir de una forma lo más responsable posible. Los aspectos más importantes que hay que tener en cuenta son como fue producido el producto (qué substancias se emplearon en su producción), si es de temporada o no, de dónde procede, si sufrió mucho procesamiento y como está embalado.

Los alimentos que consumimos todos los días están llenos de productos químicos. Por un lado, están los residuos tóxicos que provienen del proceso de producción (antibióticos y hormonas, plaguicidas, herbicidas, fertilizantes de síntesis, etc.). Por otro lado, encontramos coadyuvantes tecnológicos: espesantes, gelificantes, humectantes, emulgentes, antiamazocantes, modificadores de textura... Y también es frecuente que los alimentos de consumo diario contengan saborizantes y aromatizantes, colorantes, edulcorantes, antioxidantes, estabilizantes, mantenedores del pH, etc.

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Todas estas sustancias tienen efectos negativos sobre el cuerpo humano - además de la pérdida obvia de calidad de los alimentos- como la acumulación de compuestos orgánicos persistentes en los tejidos grasos, alteraciones en el sistema inmunológico y reproductor, etc. Pero no sólo debemos tener en cuenta los efectos sobre nuestros cuerpos, sino también sobre el medio, ya que estas sustancias provocan contaminación de las aguas y de la atmósfera, desequilibran los ecosistemas y llevan a una pérdida de biodiversidad y a un empobrecimiento de los suelos derivado del intento de aumentar la productividad.

El uso indiscriminado de plaguicidas reduce la biodiversidad, puesto que eliminan grandes cantidades de insectos, aves y otros animales predadores y crean condiciones para la aparición de nuevas plagas o de la misma con mayor nivel de virulencia al desenvolverse las formas resistentes.

Además, es cada vez más frecuente producir alimentos fuera de la temporada, es decir, en un momento en que, por razones de temperatura, irradiación solar, humedad, etc. esos alimentos no se darían de forma natural. Para hacer posible su producción hay que recurrir a estrategias que reproduzcan dichas condiciones, de forma que no sólo se echa mano de infraestructuras más complejas y sustancias de síntesis (pesticidas, fertilizantes artificiales, etc.) para poder llevar a cabo la producción, sino que además se obtienen productos finales con propiedades nutritivas, olor y sabor que poco tienen que ver con un alimento producido cuando le corresponde. Las infraestructuras empleadas (invernaderos con sistemas de regadío, control, iluminación, etc.) llevan un gasto energético asociado, y además la fabricación de los agroquímicos y otras sustancias de síntesis precisan de esa misma energía para poder ser producidos.

Los productos ecológicos garantizan un impacto mínimo en el medio y una máxima calidad nutricional del producto, ya que en la agricultura y ganadería ecológica se controla la producción a lo largo de todo el ciclo de vida, garantizando que no se emplearon ni aditivos sintéticos, ni pesticidas, ni transgénicos, ni antibióticos, etc; sea decir, se evitó el empleo de sustancias que puedan resultar perjudiciales para el ambiente y para la salud de las personas. Además, la ganadería ecológica garantiza que los animales fueron criados con espacio suficiente para su movilidad, con acceso al agua y a espacios abiertos, y que fueron transportados en buenas condiciones para el animal. Este sistema de producción lleva implícito un ahorro de energía y una utilización mínima de los recursos.

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Además de como estén producidos los alimentos, su procedencia también es importante. Cada vez es más frecuente en nuestras tiendas y fruterías encontrar manzanas de Costa Rica, espárragos del Perú, lentejas de América del Norte ... Son productos que se pueden cultivar perfectamente en nuestra tierra, pero que al producirse en cierto territorios en forma de monocultivos masivos, bajo unas condiciones de sobreexplotación de la tierra y de las personas que llevan a cabo la producción, alcanzan precios más bajos que los productos locales. Tras su cultivo, estos alimentos deben ser distribuidos de una parte del mundo a otra, lo cual trae consigo un importante gasto energético.

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Por otro lado, cada vez vivimos con más prisa, dedicándole el menor tiempo y esfuerzo posible a nuestra alimentación. Esto (junto con un cometido publicitario muy persistente) explica el éxito de las comidas precocinadas, de los alimentos tan procesados que con sólo calentarlos ya están listos para comer. En la elaboración de estos alimentos se utilizan numerosos aditivos que aseguran su apariencia, sabor y conservación. Aditivos que son, en su mayoría, perjudiciales para el medio cuando son producidos y para la salud cuando son consumidos. Además, cuanto más elaborado es un producto, más energía se empleó en su proceso de elaboración. Así, lo más adecuado es adquirir los productos más básicos posibles y que a partir de ahí elaboramos nosotros mismos la comida a nuestro gusto.

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Galletas en paquetes individuales, que su vez están en una caja de cartón, que su vez tiene un envoltorio de plástico alrededor. Botellas de agua pequeñas compradas a diario; botes de mermelada y manteca de un único uso; fruta o legumbres en bandejas de poliestireno; bombones con plástico alrededor, puestos en una bandeja de plástico en el interior de una caja de cartón que a su vez tiene plástico alrededor ... Y un largo etcétera. Consumimos alimentos sobreenvasados a diario sin ni siquiera darnos cuenta, y lo peor es que son totalmente prescindibles. Cerrando bien el paquete no se resecan los alimentos que tiene dentro (no hace falla un embalaje individual) y pueden transportarse en cajitas de plástico o metal (fiambreras), sin necesidad de que estén en bolsas individuales o de que los envolvamos en papel de plata o celofán de plástico. Tenemos que tener en cuenta que para fabricar todos esos embalajes hace falta mucha energía, además de agua y materia prima, energía que se podría reducir limitándose a un embalaje mínimo.

Para fabricar una tonelada de envases de plástico o dos toneladas de envases de tetrabrik hace falta una tonelada de petróleo.. (http://www.consumoresponsable.org).

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