Del fuego postglaciar al inicio de la energía de la agricultura

La salida de esta crisis energética se consiguió cuando se descubrió como prender el fuego. Con esta capacidad de prender fuego, pudieron ir hacia los lugares fríos donde había animales de gran tamaño como mamuts, renos y focas; pudieron cocinar alimentos que crudos eran indigestos y pudieron conservarlos ahumándolos. Pero al mismo tiempo, el fuego fomentó las deforestaciones para sacar la caza de la espesura y atraer los herbívoros a lugares abiertos; sobre estos aumentó la presión de la caza, y esto provocó una nueva crisis energética.

Esta crisis energética se superó con la invención de la agricultura, empezando por el cultivo de cereales en las costas fluviales y siguiendo con la domesticación de animales. Tenemos constancia de que hace unos 8.000 años existían civilizaciones sedentarias, basadas en la agricultura, en grandes valles fluviales fértiles como los del Nilo.

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Esta primera revolución energética tras la aparición de la agricultura y de la ganadería permitió que un territorio pudiera soportar más población humana, pero a costa de tener que dedicarle más tiempo a conseguir alimento. Estos cambios de actividad energética, ligados a las incipientes tecnologías agrícolas y ganaderas, trajeron consigo la necesidad de la especialización, lo que puso en marcha los fenómenos de organización cultural, social y de consumo y los flujos energéticos complejos que caracterizan desde entonces a las diferentes civilizaciones, lo que es coherente con la segunda ley. Esta sedentarización tenía ventajas, pero a la vez impedía el acceso a los recursos existentes en otros sitios, por lo que se inicia el fenómeno social del comercio como primera experiencia de abrir canales de distribución energética hacia las poblaciones.